5 de enero de 2012

Cuando los viejos de la calle te dicen que sonrías

Cuando era pequeña mantuve correspondencia aérea con una chica. Se llamaba A y en mi mente de niña supongo que se tornaría algo así como un ser especial, entre medias entre este mundo y cualquier otro. Después de al menos 10 años la he vuelto a encontrar, y he vuelto a creer en las personas, porque al fin y al cabo todos tenemos la barriga llena de peces o de sabanas, escondidos para los días azules.

Pero sin embargo hay días que tengo la necesidad de salirme, de olvidarme. No me gusta quejarme con público. Odio ese tipo de persona que se queja por todo, por el frio, el sol, la primavera o los unicornios. No intento justificarme, es de ser desagradecida que te quiera recordar perfecto, devorarte con anzuelos o tirarte por la borda.

Cómo reconstruir todos esos veranos. Cómo recordar todas esas noches, todas las tardes somnolientas, cuando te tumbabas en el césped y mirabas las nubes de terciopelo, las telarañas en el cielo y los pájaros, traviesos alados, en bandadas, escapando del toque de queda. Porque eran veranos en la frontera…